Thanissaro Bhikkhu
Tradución de Katia Rheault
Mucha gente nos dice que el Buda enseñó dos tipos diferentes de meditación: la meditación de atención plena y la meditación de concentración. Dicen que la primera es el camino directo, mientras que la práctica de concentración es la ruta panorámica que uno toma bajo su propio riesgo ya que es muy fácil quedar atrapado y tal vez nunca pueda salir de allí. Pero cuando uno realmente analiza lo que el Buda enseñó, él nunca separó estas dos prácticas. Forman parte de un todo. Cada vez que él explica lo que es la atención plena y el lugar que ocupa en el camino, afirma claramente que el objetivo de la práctica de la atención plena es llevar la mente a un estado de Concentración Correcta: hacer que la mente se aquiete y que encuentre un lugar en donde realmente pueda sentirse estable, en casa, en donde pueda observar las cosas con claridad, verlas tal y como son.
Una parte del problema de las “dos prácticas” radica en el sentido que demos a la palabra jhana, que es sinónimo de Concentración Correcta. Muchos de nosotros hemos escuchado que jhana es un estado muy intenso, parecido a un trance, que requiere aislamiento y una capacidad de observación fija e intensa. Parece que no tiene nada que ver con la atención plena. Y si uno analiza la forma en que el Buda describe jhana, se da cuenta de que ése no es el estado al que él se refiere. Estar en jhana es estar absorto, de una forma muy placentera, en la sensación de todo el cuerpo. Una conciencia muy amplia llena el cuerpo entero. Una de las imágenes que el Buda usó para describir este estado es la de una persona que agrega agua a la masa de modo que el agua la satura toda. Otra imagen es la de un lago donde mana un fresco manantial que lo inunda todo.
Ahora bien, al estar consciente de la totalidad del cuerpo, uno está en el momento presente. Como dice el Buda, el cuarto jhana (donde el cuerpo está lleno de una conciencia resplandeciente) es el punto donde la atención y la ecuanimidad se vuelven puras. Así, no debería haber ninguna dificultad para combinar la práctica de la atención plena con una conciencia total del cuerpo que esté bien afianzada y quieta. De hecho, el mismo Buda las combina al describir los primeros cuatro pasos de la meditación en la respiración: (1) ser consciente de la respiración larga, (2) ser consciente de la respiración corta, (3) ser consciente de todo el cuerpo al inhalar y al exhalar y (4) aquietar la sensación de la respiración dentro del cuerpo. Ésta es la práctica básica de la atención plena, como lo señala el texto. También es una práctica básica de concentración. Uno alcanza allí mismo el primer jhana (la Concentración Correcta) y al mismo tiempo practica la Atención Plena Correcta.
Para ver cómo la Atención Plena Correcta y la Concentración Correcta se refuerzan una a otra durante la práctica, podemos recordar las tres etapas de la práctica de atención plena tal y como aparecen en el Discurso sobre las Bases de la Atención Plena. Tomemos el ejemplo del cuerpo. La primera etapa es mantenerse concentrado en el cuerpo en sí, haciendo a un lado la codicia y la aflicción en relación con el mundo. Esto significa considerar el cuerpo simplemente como un cuerpo, sin pensar en él en términos de lo que significa o de lo que puede hacer en el mundo. Sin importar que sea agraciado o poco atractivo, fuerte o débil, ágil o torpe... todas las cosas que tienden a preocuparnos cuando pensamos en nosotros mismos en el contexto del mundo... el Buda dice que hagamos todo esto a un lado.
Sólo permanece atento a tu cuerpo, sentado aquí mismo. Cuando cierras los ojos, ¿qué sientes? Tienes la sensación de “corporalidad” de que estás sentado. Éste es tu marco de referencia. Trata de conservarlo. Regresa tu mente una y otra vez a esta sensación del cuerpo hasta que entienda y empiece a aquietarse. Al inicio de la práctica percibes cómo tu mente sale a aferrarse a esto o aquello; tú simplemente debes advertir y notar lo que está pasando y ordenarle que lo que suelte, que regrese al cuerpo y permanezca allí. Luego, la mente sale a aferrarse a otra cosa; vuelves a decirle que la suelte, que regrese y se quede en el cuerpo una vez más. Sin embargo, eventualmente, alcanzas un punto en donde tu atención realmente se fija en la respiración y ya no la suelta. Permaneces atento a ella. A partir de este momento, cualquier otra cosa que entre en tu conciencia es como algo que se acerca y te roza el dorso de la mano. Ya no es necesario que lo notes. Permaneces atento al cuerpo como tu marco básico de referencia. Otras cosas van y vienen, eres consciente de ellas, pero ya no sueltas la respiración para aferrarte a ellas. Al llegar a este estado realmente has establecido el cuerpo como un sólido marco de referencia.
Al hacerlo, desarrollas tres cualidades mentales. Una de ellas es la atención plena (sati), que significa ser capaz de recordar, de conservar algo en la mente. Cuando se establece el cuerpo como un marco de referencia, tener atención plena significa recordar que hay que ver las cosas con base en el cuerpo. No dejas que esto se te olvide. La segunda cualidad, el estado de alerta (sampajañña), significa ser consciente de lo que realmente está ocurriendo en este momento. ¿Estás presente en el cuerpo? ¿Estás presente en la respiración? ¿Estás respirando cómodamente? Simplemente observa lo que realmente está ocurriendo en el presente. Tenemos tendencia a confundir la atención plena con el estado de alerta, pero en realidad se trata de dos cosas diferentes: tener atención plena significa ser capaz de recordar dónde quieres mantener la conciencia; estar alerta significa ser consciente de lo que realmente está pasando. La tercera cualidad, el ardor (atappa), significa dos cosas. La primera es que, si te das cuenta de que la mente se ha puesto a divagar, la traes de regreso. De inmediato. No dejas que empiece a pastar por la dehesa. La segunda es que, cuando la mente conserva su propio marco de referencia, el ardor significa tratar de ser tan sensible como sea posible a lo que esté ocurriendo... no sólo dejarse llevar por el momento presente, sino realmente tratar de adentrarse más y más en los detalles sutiles de lo que realmente esté pasando con la respiración o con la mente.
Cuando uno ha logrado centrar estas tres cualidades en el cuerpo en sí, es inevitable aquietarse y sentirse realmente cómodo con el cuerpo en este momento. Ahora es cuando uno está listo para pasar a la segunda etapa de la práctica que radica en ser consciente del fenómeno del proceso de surgir y cesar de los fenómenos u objetos que se presentan a la mente. En esta etapa uno trata de comprender la causa y el efecto tal y como ocurren en el presente. En términos de la práctica de concentración, una vez que uno ha logrado aquietar la mente, hay que comprender la interacción de la causa y el efecto en el proceso de la concentración para que uno pueda adquirir mayor destreza en la práctica, para que uno pueda hacer que la mente se asiente con mayor solidez durante periodos más largos de tiempo en todo tipo de situaciones, sobre el cojín y fuera de éste. Para ello, hay que saber cómo surgen las cosas y cómo pasan y desaparecen en la mente, no sólo observándolas, sino participando realmente en su aparición y desaparición.
Puedes ver esto en las instrucciones que dio el Buda para manejar los obstáculos. En la primera etapa, dice que hay que ser consciente de los obstáculos conforme van y vienen. Algunos piensan que se trata de un ejercicio de “[conciencia sin elección de objeto]”, en donde uno no trata de llevar la mente en ninguna dirección, en donde uno nada más se sienta y observa, de buena gana o no, todo lo que está a su alcance. Sin embargo, en la práctica, la mente no está lista para eso. Lo que uno necesita en esta etapa es un punto de referencia fijo para poder evaluar los sucesos mentales; cuando uno trata de analizar el movimiento de las nubes por el cielos sucede lo mismo: hay que elegir un punto fijo (como el gablete de un techo o un poste de luz) y observarlo con detenimiento para poder determinar en qué dirección y con qué rapidez se mueven las nubes. Esto también se aplica a los ir y venir del deseo sensual, la mala voluntad, etc., en la mente. Hay que conservar un punto de referencia fijo para la mente (por ejemplo, la respiración) si uno realmente quiere ser sensible a la aparición de los obstáculos en la mente (que interfieren con el punto de referencia) y su desaparición.
Supongamos que el enojo está interfiriendo con tu concentración. En vez de dejarte enredar por el enojo, simplemente trata de ser consciente del momento en que aparece y del momento en que desaparece. Consideras el enojo como un suceso en sí... cuando se acerca, cuando se aleja. Pero esto no es todo. El siguiente paso (dado que sigues tratando de concentrarte en la respiración) es reconocer cómo puedes hacer que desaparezca. A veces basta con el simple hecho de observarlo; a veces esto no basta y tienes que manejarlo de otra forma, como enfrentar el razonamiento que subyace al enojo o recordar cuáles son las desventajas de la ira. Al tratar de lidiar con este sentimiento, tienes que “ensuciarte las manos”. Debes tratar de averiguar por qué surge el enojo, por qué desaparece, cómo puedes deshacerte de él, pues te das cuenta de que es un estado mental insano. Y para ello tienes que improvisar. Experimentar. Debes echar fuera tu ego y tu impaciencia para tener el espacio necesario para cometer errores y aprender de ellos, para poder desarrollar la habilidad para manejar el enojo. No sólo se trata de odiar el enojo y tratar de rechazarlo ni tampoco de amarlo y darle la bienvenida. Estos enfoques pueden dar cierto resultado a corto plazo pero, a la larga, no reflejan una destreza especial. Lo que se requiere es la capacidad para ver de qué está hecho el enojo y cómo puedes desmantelarlo.
Una técnica que da resultado (cuando el enojo está presente y te encuentras en una situación en donde no tienes que reaccionar de inmediato ante los demás) es simplemente preguntarte, con amabilidad, “Bueno, ¿por qué estás enojado?” Escucha lo que la mente te dice. Luego, sigue ahondando en el asunto: “Pero, ¿por qué te enoja eso?” “Pues claro que estoy enojado. Después de todo...” “Bueno, pero ¿por qué te hace enojar eso?” Si sigues cuestionándote así, la mente acabará por reconocer que se trata de una tontería, como el hecho de suponer que la gente no debería ser de tal o cual forma (aunque claramente lo sea) o que la gente debería actuar conforme a tus normas o cualquier otra suposición que le resulte tan vergonzosa a tu mente que haya tenido que ocultártela. Pero, a final de cuentas, si sigues insistiendo, tu mente tendrá que confesar la verdad. De esta manera, puedes llegar a entender el enojo y esto puede realmente debilitar el dominio que tiene sobre ti.
Al tratar de manejar las cualidades positivas, como la atención plena, la serenidad y la concentración, debes recurrir a un proceso similar. Primero, estás consciente de cuándo están presentes y de cuándo no lo están. Luego, te das cuenta de que cuando están presentes las cosas son más fáciles que cuando no lo están. Así que tratas de descubrir cómo es que aparecen y desaparecen. Lo haces tratando de mantener conscientemente un estado de atención y concentración. Si realmente eres observador (y de eso se trata todo esto, de observar), empiezas a darte cuenta de que existen medios idóneos de conservar dicho estado sin que te afecte ningún fracaso o éxito al hacerlo, sin dejar que el deseo de alcanzar un estado de quietud mental llegue a interferir con el proceso de aquietamiento mental. Debes lograr tu objetivo, pero necesitas una actitud equilibrada hacia el fracaso y el éxito para poder aprender de ellos. Nadie va a calificar ni evaluar tu desempeño. Estás aquí para entender. Este proceso para asentar tu base de atención plena o desarrollar tu marco de referencia no es “tan sólo mera observación”. Se trata más bien de participar en el [proceso de creación] y del paso de los fenómenos (en realidad, se trata de jugar con este proceso) para que puedas descubrir, a partir de tu experiencia, cómo funcionan en la mente la causa y el efecto.
Esto puede compararse con las cosas que los cocineros saben acerca de los huevos. Se pueden descubrir algunas cosas sobre los huevos simplemente con mirarlos, pero no son muchas. Para conocer un huevo, hay que ponerlo en una sartén y tratar de hacer algo con él. Entonces uno empieza a comprender las variantes que hay en los huevos, la forma en que reaccionan al calor, al aceite, la mantequilla o cualquier otra cosa. Y, así, al experimentar y tratar de hacer algo con un huevo, uno llega a comprender realmente lo que es. Con la arcilla pasa lo mismo; uno realmente no la conoce sino hasta que se convierte en alfarero e intenta hacer algo con ella.
Y lo mismo ocurre con la mente; a menos que uno realmente trate de hacer algo con ella, que trate de alcanzar cierto estado mental y de mantenerlo, realmente no conoce su propia mente. No conoce los procesos de causa y efecto que existen en ella. Debe haber un elemento de participación real en el proceso. Sólo así llegará uno a entenderlo. Y todo se reduce a observar y desarrollar una habilidad. El desarrollo de una habilidad implica en esencia tres cosas. La primera es que uno esté consciente de una situación tal y como aparece. La segunda es que uno esté consciente de cómo interactúa con ella. La tercera es que uno observe los resultados. Cuando el Buda habla del [proceso causativo], dice que cada situación se ve influida de dos maneras: las causas que provienen del pasado y las causas que uno lleva al presente. Uno necesita ser sensible a ambas. Si uno no es sensible a lo que lleva a una situación, nunca desarrollará ningún tipo de habilidad. Al ser consciente de lo que hace, también observa los resultados. Si algo no está bien, uno da marcha atrás y cambia lo que ha hecho y vuelve a hacer lo mismo hasta obtener los resultados que desea. Y, durante este proceso, uno aprende muchas cosas sobre la arcilla, los huevos o cualquier otra cosa que uno esté intentando manejar con destreza.
Esto mismo se aplica a la mente. Naturalmente, se podría aprender algo sobre la mente creando cualquier tipo de estado mental pero, para desarrollar una comprensión realmente aguda y profunda, el mejor soufflé o vasija que uno puede hacer con la mente es un estado de concentración estable, equilibrado y atento. Los factores como el placer, la comodidad y el arrobamiento que surgen cuando la mente realmente se aquieta te ayudan a mantenerte cómodamente en el momento presente, con un centro de gravedad bajo. Una vez que la mente está firmemente asentada, tienes algo que observar durante un periodo largo de tiempo para poder ver de qué está hecha. En el típico estado mental desequilibrado, las cosas aparecen y desaparecen demasiado rápido como para que puedas observarlas con claridad. Pero, como lo señala el Buda, cuando te vuelves realmente diestro en alcanzar el estado de jhana, puedes retroceder un poco y ver qué es lo que tienes. Por ejemplo, puedes ver dónde hay un elemento de apego, dónde hay un elemento de tensión o incluso dónde hay inconstancia en tu estado de equilibrio. Entonces es cuando empiezas a comprender, al ver las líneas divisorias naturales que existen entre los distintos factores mentales y, en particular, la línea que separa la conciencia y los objetos de la conciencia.
Otra de las ventajas de este estado atento y concentrado es que, conforme te vas sintiendo cada vez más cómodo y familiarizado con él, empiezas a darte cuenta de que la felicidad y el placer son posibles sin que dependan de cosas externas... personas, relaciones, aprobación de los demás o cualquier otra cuestión relacionada con el hecho de formar parte del mundo. Darte cuenta de esto te ayudará a soltar tu apego hacia lo externo. Algunas personas temen apegarse a un estado de calma pero, en realidad, es muy importante que sí te apegues a eso para que puedas empezar a asentarte y deshacer tus demás apegos. Sólo cuando el apego a la calma es el único que queda, entonces hay que empezar a trabajar para desprenderse también de él.
Otra de las razones por las cuales se necesita una sólida concentración para alcanzar la comprensión profunda es que, cuando el discernimiento llega a la mente, te dará una lección fundamental... te enseñará que has sido un tonto. Te has aferrado a las cosas aunque, en el fondo, sabías que eso no era bueno. Ahora bien, trata de decirle eso a la gente cuando se siente hambrienta y cansada. Replicarán de inmediato que “Tú también eres un tonto” y allí se acabará la discusión. Así no se obtiene nada. Pero si le hablas a alguien que ha comido a sus anchas y se siente relajado, podrás abordar toda clase de temas sin correr el riesgo de provocar un altercado. Lo mismo pasa con la mente. Cuando se ha alimentado muy bien con el arrobamiento y la comodidad que provienen de la concentración, está lista para aprender. Puede aceptar tus críticas sin sentirse amenazada o atacada.
Bueno, éste es el papel que la práctica de la concentración desempeña en la segunda etapa de la práctica de la atención: Te da algo con que jugar, una habilidad que desarrollar para que puedas empezar a entender los factores de la causa y el efecto en la mente. Empiezas a ver tu mente simplemente como un flujo de causas cuyos efectos regresan a ti. Tus ideas forman parte de este flujo de causa y efecto, así como tus emociones, tu sentimiento de identidad. El hecho de comprender esto te ayuda a soltar tu apego a todo el proceso.
Lo que finalmente ocurre es que la mente alcanza el tercer nivel de la práctica de la atención plena, en donde la mente llega a un estado de equilibrio perfecto... en donde has desarrollado el estado de concentración, el estado de equilibrio al grado de que ya no tienes que agregarle nada. En el “Discurso sobre las bases de la atención plena”, esto se describe tan sólo como ser consciente... si estás usando el cuerpo como tu marco de referencia, esto implica ser consciente de que “Existe un cuerpo”, sólo lo suficiente para alcanzar el conocimiento y la atención plena, sin tener apego por nada en el mundo. Otros textos lo llaman el estado de “[la falta de forma]”. La mente alcanza el punto en donde uno empieza a darse cuenta de que todos los procesos causales mentales (incluyendo los procesos de concentración y comprensión) son como muñecos de alquitrán. Si los atraes hacia ti, se te pegan; si tratas de apartarlos, se te pegan. Entonces, ¿qué puedes hacer? Tienes que llegar al punto en donde ya no estés aportando realmente nada al momento presente. Tu participación en él debe desentrañarse. Entonces es cuando las cosas se abren en la mente.
Muchas personas quieren entrar a este estado de un salto y comenzar en este nivel, el de no agregar nada al momento presente, pero así no es como funcionan las cosas. Uno no puede ser sensible a las cosas sutiles, que la mente agrega por costumbre al presente, sino hasta haber tratado conscientemente de cambiar aquello que uno está agregando. Conforme vas adquiriendo mayor destreza en la práctica, te vuelves más sensible a las cosas sutiles que no advertías que estabas haciendo. Alcanzas un punto de desencanto, en donde te das cuenta de que la mejor manera de manejar el presente es renunciar a todos los niveles de participación que causan la menor tensión mental. Empiezas por desmantelar los niveles de participación que descubriste en la segunda etapa de la práctica, el punto en donde las cosas alcanzan el equilibrio por sí solas, en donde sueltas y liberas.
Así, es importante darse cuenta de que existen estas tres etapas en la práctica de la atención plena y comprender la función que desempeña la práctica deliberada de la concentración... la de llevarte hacia las dos primeras etapas para que puedas alcanzar la tercera. Si tu objetivo no es la [Concentración Correcta], no puedes desarrollar las herramientas que son necesarias para comprender la mente... pues tratando de alcanzar y cultivar la concentración atenta es cuando surge la verdadera y profunda comprensión. Así como uno no comprende realmente a un hato de ganado sino hasta haberlo pastoreado con éxito (aprendiendo algo de todos los fracasos durante el proceso), uno no puede captar todas las corrientes de causa y efecto que fluyen por la mente sino hasta haber aprendido algo de los éxitos y fracasos al tratar de reunirlas en un estado de atención concentrada y de concentración atenta. Y sólo cuando uno realmente haya logrado entender y dominar estas corrientes (las corrientes de codicia que causan sufrimiento y tensión, así como las corrientes de atención y concentración que constituyen el Camino) podrá entonces soltarlas y encontrar la verdadera liberación.
CAPAC agradece a Thanissaro Bhikkhu la oportunidad de traducir y publicar en nuestro sitio web sus artículos.