La práctica es muy sencilla. Eso no significa, sin embargo, que no cambiará nuestra vida. Quiero hacer un resumen de lo que hacemos cuando nos sentamos o hacemos zazen. Si les parece poca cosa, bien, cada quien piense lo que quiera.
Sentarse es esencialmente la creación de un espacio en su expresión más simple. Nuestra vida diaria está en constante movimiento: pasan muchas cosas, mucha gente habla, suceden muchos acontecimientos. Es muy difícil saber que somos en medio de todo eso. Cuando simplificamos la situación, cuando eliminamos las cosas externas y nos alejamos del teléfono que suena, de la televisión, de la gente que nos visita, del perro que quiere salir a pasear, disponemos de la oportunidad de enfrentarnos con nosotros mismos, que es lo más valioso que pueda haber. La meditación no depende de una situación, sino de quien medita. No propone ninguna actividad, ni el arreglo o la obtención de algo. Se dirige a nosotros. Si no simplificamos la situación, la oportunidad de echarle una buena mirada a nuestro interior es mínima, porque lo que veremos entonces, no será a nosotros, sino a todo lo demás. Si algo sale mal, ¿qué hacemos?, buscamos la falla, y, generalmente intentamos identificar a quienes creemos causantes del error. Nos la pasamos husmeando fuera y no dentro de nosotros.
Cuando digo que la meditación depende de quién medita, no quiero decir que lo que hagamos sea autoanálisis. Eso tampoco es lo que hacemos. Así que, ¿qué es lo que sí hacemos?
Una vez que hemos hallado nuestra mejor postura (que debe ser equilibrada, cómoda), lo único que nos resta por hacer es sentarnos, hacer zazen. ¿Qué quiero decir con “lo único que nos resta por hacer es sentarnos”? Se trata de la más exigente de todas las actividades. En la meditación no se acostumbra cerrar los ojos, pero voy a pedirles que los cierren y se sienten. ¿Qué pasa? Todo tipo de cosas. Un leve estirón en el hombro izquierdo, una presión en el costado… pongan atención en su cara por un momento. Siéntanla. ¿Estas tensa en alguna parte? ¿Alrededor de la boca, de la frente? Ahora desciendan un poco. Perciban su cuello, siéntanlo. Luego sus hombros, su espalda, su pecho, su abdomen, sus brazos, sus muslos. Sigan percibiendo lo que encuentren. Y sientan su respiración mientras van y vienen. No traten de controlarla, tan solo siéntanla. Instintivamente tratamos de controlar la respiración. Dejen su respiración como está. Puede estar en la parte alta del pecho, en medio, abajo. Quizá la sientan tensa. Limítense a experimentarla. Ahora traten de sentir todo. Si un auto pasa afuera, óiganlo; si pasa un avión, percíbanlo. Hasta podrían notar el ruido de un refrigerador que se enciende y se apaga. Sumérjanse solo en eso. Esto es todo lo que tienen que hacer, absolutamente todo lo que tienen que hacer. Tengan esa experiencia, solo ténganla. Ahora ya pueden abrir los ojos.
Si pueden hacer esto mismo aunque sea por tres minutos, será un milagro. Por lo general, apenas transcurrido un minuto empezamos a pensar. Nuestro interés por fundirnos con la realidad y nada más (es lo que acan de hacer), es mínimo. “¿quiere decir que el zazen consiste únicamente en eso?” Dirán. Pues déjenme decirles que bien sé que a los seres humanos no nos gusta. Buscamos la iluminación, ¿verdad? Nuestro interés por la realidad es ínfimo. No, lo que queremos hacer es pensar. Queremos ocuparnos de todos nuestros pendientes. Queremos resolver la vida. Así que antes de darnos cuenta, ya nos olvidamos del instante y volvemos a pensar en algo: el novio, la novia, el hijo, el jefe, el temor diario…. ¡y así nos seguimos! Fantasear no tiene nada de malo, salvo que cuando nos perdemos en ello, perdemos algo más. Cuando nos perdemos en nuestras ideas, cuando soñamos, ¿qué perdemos? La realidad. La vida se nos ha escapado.
Eso es lo que los seres humanos hacemos. Y no lo hacemos solo algunas veces, sino la mayor parte del tiempo. ¿Por qué lo hacemos? De seguro que ustedes saben la respuesta. Lo hacemos porque deseamos protegernos. Quisiéramos librarnos de nuestro problema del momento, o por lo menos, entenderlo. Pensar en nosotros mismos no tendría nada de malo, sino fuera porque al identificarnos con esas ideas, nuestra visión de la realidad se bloquea. Entonces, ¿qué debemos hacer cuando aparecen esas ideas? Identificarlas, identificarlas con toda precisión. No basta con que nos digamos: “estoy pensando” o “estoy preocupado”; tenemos que identificar esas ideas específicamente. Por ejemplo: “estoy pensando que él es injusto conmigo”, “estoy pensando que ella es muy mandona”, “estoy pensando que nunca hago nada bien”. Sean específicos. Y si las ideas están surgiendo tan rápido que lo único que percibimos es confusión, entonces démosle a esa mezcla nebulosa el nombre de confusión. Claro que si nos empeñamos en identificar ahí una idea específica, tarde o temprano lo lograremos.
Cuando practicamos así, nos damos cuenta de quiénes somos, de cómo funciona nuestra vida, de qué hacemos con ella. Si descubrimos que algunas ideas surgen cientos de veces, sabremos algo sobre nosotros que antes ignorábamos. Tal vez pensamos incesantemente en el pasado o en el futuro. Algunas personas siempre piensan en hechos, otras en individuos. Otras más piensan en sí mismas. Los pensamientos de algunas personas son casi siempre juicios sobre los demás. Tendremos que identificar nuestras ideas durante cuatro o cinco años para conocernos bien. ¿Qué ocurre cuando identificamos nuestras ideas con precisión y cuidado? Empiezan a aquietarse. No tenemos que esforzarnos para librarnos de ellas. Cuando se aquietan, volvemos a experimentar nuestro cuerpo y nuestra respiración, una y otra y otra vez. No dejaré de insistir en que esto no debe hacerse tan solo unas tres veces, sino 10 mil; mientras lo hacemos, nuestra vida se transforma. Pues bien, esta ha sido una descripción teórica de sentarse. Como pueden ver, es muy simple. No tiene nada de complicado.
Pensemos ahora en una situación cotidiana. Supongamos que uno de ustedes trabaja en una fábrica de aviones y se le dice que el contrato con un gobierno está a punto de vencerse y que probablemente no será renovado. Esa persona se dice: “voy a perder mi trabajo, voy a perder mi ingreso, tengo una familia que mantener. ¡Esto es horrible!” ¿Qué pasa entonces? Su mente empieza a repasar una y otra vez el problema. “¿qué va a pasar? ¿Qué voy a hacer?” Su mente gira cada vez más rápido a causa de la preocupación.
Planear no es inapropiado; tenemos que hacerlo. Sin embargo, cuando nos preocupamos, no nada más planeamos; nos obsesionamos. Le damos vuelta al problema de mil maneras. Si no sabemos qué quiere decir practicar con nuestra preocupación, ¿qué pasa luego? Las ideas generan emoción y nos agitamos todavía más. Toda agitación emocional es producto de la mente. Y se dejamos que esto se prolongue, por lo general acabamos enfermos o deprimidos. Si lamente no se encarga de una situación, el cuerpo lo hará. Nos ayudará. Es como si el cuerpo dijera: “si no te enfrentas a esa situación, tendré que hacerlo yo”. Es así como surgen nuestros nuevos resfriados, urticarias, úlceras o lo que sea habitual en nosotros. Una mente que no está consciente, produce enfermedades. No estoy criticando. No sé de nadie que no se enferme, incluyéndome a mí. Cuando la proclividad a preocuparnos es muy fuerte, nos provocamos dificultades. Con la práctica regular, lo hacemos menos. Cualquier cosa de la cual no estemos conscientes dará sus frutos en nuestra vida, de una u otra manera.
Desde el punto de vista humano, las cosas que están mal en nuestra vida son de dos clases. Una son los acontecimientos que ocurren fuera de nosotros, y la otra, lo que sucede dentro de nosotros, como las enfermedades. Ambas clases son objeto de nuestra práctica, y las tratamos de la misma manera. Identificamos todas las ideas que surgen alrededor de ellas, y además experimentamos a ambas en nuestro cuerpo. Sentarse es este proceso.
Hablar de esto es muy fácil, pero hacerlo es extremadamente difícil. No conozco a nadie que lo pueda hacer todo el tiempo, aunque si a personas que lo hacen por períodos prolongados. Sin embargo, cuándo practicamos de esta manera, tomando consciencia de todo lo que interviene en nuestra vida (ya sea externo o interno), ésta empieza a transformarse. Adquirimos así fuerza y penetración para vernos por dentro, y algunas veces hasta podemos vivir en estado de iluminación, lo que significa simplemente, experimentar la vida tal como es. No es un misterio.
Si ustedes son nuevos en la práctica, es importante que se den cuenta de que el solo hecho de estar sentados en un cojín durante 15 minutos, ya representa una victoria. Sentarse con compostura y permanecer así, es de suyo, algo excelente.
Si le tenemos miedo al agua y no sabemos nadar, la primera victoria sería sumergirnos en ella. El siguiente paso podría ser mojarnos la cara. Si fuéramos nadadores expertos, el reto sería poder colocar nuestra mano en el agua en un cierto ángulo mientras damos nuestra brazada. ¿Eso significa que un nadador es mejor que otro? No. Ambos son perfectos para lo que son. En cualquier etapa, la práctica consiste en ser solo lo que somos en ese momento. No es cuestión de ser bueno o malo ni mejor o peor. Algunas veces, después de mis charlas, la gente dice: “no entiendo”. Y eso está bien. Nuestra comprensión aumenta con los años, pero en cualquier punto somos perfectos al ser lo que somos.
Empezamos a comprender que hay una sola cosa en la vida en la que podemos confiar. ¿Qué es eso en lo que podemos confiar? Podríamos decir: “confío en mi pareja”. Podemos amar a nuestro cónyuge, pero nunca confiar plenamente en él, porque otra persona como nosotros no puede ser siempre confiable. No hay nadie sobre la tierra en quien podamos confiar por completo, aunque ciertamente podemos amar a los demás y disfrutar de su compañía. Siendo así, ¿en qué podemos confiar? Si no es una persona, ¿entonces en qué? ¿En qué podemos confiar en esta vida? Una vez se lo pregunté a alguien y me dijo: “en mí mismo”. ¿Se puede confiar en uno mismo? La confianza en uno mismo es buena, pero inevitablemente limitada.
Hay una cosa en la vida en la que ustedes siempre pueden confiar: en que la vida es como es. Seamos más concretos. Supongamos que necesito mucho algo: casarme, obtener un postgrado o que mis hijos sean saludables y felices. Pero ya que la vida es como es, puede resultar exactamente lo opuesto a lo que deseo. No sé si me casaré; y si lo consigo, a lo mejor mi esposo se muere mañana. Quizá obtenga mi postgrado. Probablemente lo haré, pero no puedo contar con ello. No podemos contar con nada. La vida será de la manera que es. Así que ¿por qué no confiar en ese hecho? ¿Qué tiene de difícil? ¿Por qué siempre estamos insatisfechos? Supongamos que la casa de alguien acaba de ser destruida por un terremoto y que esa persona está a punto de perder un brazo y todos los ahorros de su vida. ¿Podría confiar en la vida tal como es? ¿Podría ser así?
Confiar en que las cosas son como son es el secreto de la vida. No obstante, no quisiéramos ni oír hablar de eso. Puedo confiar plenamente en que el próximo año mi vida va a cambiar, será diferente, y sin embargo siempre será tal como es. Si mañana sufriera un ataque al corazón, puedo confiar en eso, porque si tengo que sufrirlo, lo sufriré. Puedo confiar en que la vida es tal como es.
Cuando hacemos una inversión personal en nuestros pensamientos, creamos el yo (como diría krishnamurti), y entonces nuestra vida comienza a deteriorarse. Es por eso que debemos identificar nuestras ideas, para retirar la inversión. Cuando nos hemos sentado por suficiente tiempo, podemos concebir nuestras ideas como un puro dato sensorial, y vernos pasar por las etapas preliminares: al principio creemos que nuestras ideas son reales, de donde creamos las emociones centradas en el yo, y luego la barrera que nos impide ver la vida como es; porque si caemos atrapados en las emociones centradas en el yo, no podemos ver con claridad ni a la gente ni las situaciones. Un pensamiento en sí mismo es solo un dato sensorial, un fragmento de energía, pero tememos ver los pensamientos tal como son.
Cuando identificamos una idea, salimos de ella, dejamos de asociarnos con ella. Hay una gran diferencia entre decir: “ella es insoportable”, y reconocer: “tengo la impresión de que ella es insoportable”. Si identificamos persistentemente todas nuestras ideas, su cubierta emocional empieza a desmoronarse y nos quedamos con un fragmento de energía impersonal, a la cual no tenemos que apegarnos. Si pensamos, en cambio, que nuestras ideas son reales, actuamos de acuerdo con ellas. Y si actuamos a partir de ellas, nuestra vida se vuelve un embrollo. Así, la práctica consiste en trabajar con esto hasta que lo reconozcamos desde la médula de nuestros huesos. La práctica no va a concedernos una realización imaginaria. Se dirige a nuestra carne, a nuestros huesos, a nosotros mismos. Por supuesto que seguiremos teniendo ideas relacionadas con la vida: cómo aplicar una receta, cómo poner un techo, cómo planear nuestras vacaciones; pero prescindiremos de la actividad emocional centrada en el yo que llamamos pensamiento, que no es tal. Sino una aberración del pensamiento.
El zen nos conduce a una vida activa, una vida comprometida. Cuando conocemos bien nuestra mente y las emociones que crea nuestro pensamiento, tendemos a comprender mejor qué es nuestra vida y lo que hay que hacer, lo que por lo general resulta ser lo que teníamos en las narices. El zen nos conduce a una vida de acción, no a una vida pasiva, de no hacer nada. Sin embargo, nuestras acciones deben basarse en la realidad. Cuando basamos nuestras acciones en nuestros falsos sistemas de pensamiento (que a su vez lo están en nuestro sistema de condicionamiento), la base es muy endeble. Cuando hayamos trascendido tales sistemas de pensamiento, sabremos qué es lo que debemos hacer.
Entonces lo que haremos no será reprogramarnos, sino liberarnos de todos los programas, al comprobar que carecen de realidad. La reprogramación es tan solo saltar de una olla a otra. Quizá deseemos una mejor programación; pero el fin de sentarse no es la sujeción a ningún programa. Supongamos que tenemos un programa que se llama falta de confianza en sí mismo y que decidimos cambiarlo por confianza en mí mismo. Ninguno de los dos soportará las presiones de la vida, porque ambos implican un yo, y este yo, es una creación muy frágil, irreal y fácilmente trastornable. De hecho, el yo no ha existido nunca. El fin es comprobar que está vacío, quiero decir que carece de realidad propia, que es un invento de las ideas centradas en el yo.
Seguir la práctica zen no es tan sencillo como hablar de ella. Incluso los estudiantes conscientes lo que hacen, corren el riesgo de abandonar la práctica básica. No obstante, cuando nos sentamos bien, todo lo demás se arregla solo. Así ya sea que llevemos sentándonos cinco o 20 años, o que apenas estemos empezando, es muy importante sentarse con todo cuidado.