Segunda verdad:
La Noble Verdad del origen del sufrimiento.
Esta Noble Verdad hace referencia a la causa u origen del sufrimiento. He aquí, oh monjes, la Noble Verdad del origen del sufrimiento: el deseo que produce el continuo llegar a ser, acompañado por la codicia de los placeres, y que encuentra siempre algún nuevo deleite aquí y allá, es la causa del sufrimiento. El deseo puede ser por los placeres sensuales, por la existencia como también por la no existencia El sufrimiento, según se desprende de estas palabras del Buda, está causado por el apego a las diversas clases de deseos. En el citado pasaje se mencionan tres tipos de deseos.
El primero consiste en lo que se denomina "el deseo de los placeres sensuales”. Es un tipo de deseos fácilmente experimentable y que no requiere de muchas explicaciones: cuando, por ejemplo, tomamos un bocadito de una de nuestras comidas favoritas de un sabor delicioso, podemos fácilmente observar cómo inmediatamente nace el deseo de disfrutar un segundo bocado. Estamos hablando de una experiencia cotidiana de la cual no hace falta filosofar demasiado: simplemente, probar algo delicioso en una pequeña cantidad y observar lo qué ocurre en nuestro interior. Éste, podría ser un simple ejemplo de lo que es un “deseo de los placeres sensuales”.
En segundo lugar, el Buda menciona el "deseo por la existencia" que se manifiesta a menudo cuando experimentamos aquellos deseos de llegar a ser alguien quien todavía no somos o lograr algo que aún no obtuvimos. Ambicionamos cosas, nos esforzamos por ser valorados y reconocidos en la sociedad, buscamos riquezas, deseamos avances laborales, en suma, queremos llegar a ser algo diferente de lo que actualmente somos. Esta situación, de acuerdo con la concepción budista, necesariamente nos lleva a experimentar las desilusiones y, consecuentemente, reparar en el tercer tipo de deseos, llamado el "deseo por la no existencia", o sea, el de “dejar de ser” o “dejar de sentir”. Quiero ser libre de la angustia, libre de celos y ansiedades, quiero conquistar mi ira, enojo o cualquier otro mal que me acosa. De esta manera, continuamente experimentamos los diferentes tipos de deseos mencionados por Buda en esta Segunda Noble Verdad. Hay que señalar, sin embargo que, según la enseñanza budista, no es el mismo sentimiento del deseo que crea en nosotros el sufrimiento, sino nuestro apego a él. El deseo por sí solo no produce el sufrimiento, solamente lo hace nuestra habitual costumbre de aferrarse a nuestras pretensiones y apetitos. Cuando tenemos hambre, es perfectamente natural que aparezca el deseo de comer.
Tampoco, aparentemente, podemos evitar que aparezcan en nosotros otros deseos, por ejemplo, los de querer ser más ricos, más saludables, menos gordos o menos calvos, más inteligentes, más simpáticos y todo lo demás que podamos imaginarnos. Estos deseos, en sí mismos no pueden causarnos sufrimientos, ni perjudicarnos de modo alguno, salvo que procedamos a hacer con ellos una de las dos cosas: los abracemos con estima como parte de nuestra naturaleza o nos reprochemos su existencia, decidiendo hacerles frente y eliminarlos de nuestra mente. Lo que deberíamos hacer es, en vez de esto, es simple y meramente reconocer que semejantes deseos existen, pero sin identificarnos con ellos: no regañarnos por su existencia, pero tampoco apegarse ellos.
La Noble Verdad de la extinción del sufrimiento.
En la Tercera Noble Verdad el Buda explica en qué consiste el cese del sufrimiento. He aquí, oh monjes, la Noble Verdad sobre la extinción del sufrimiento que consiste en abandonar el deseo. El total cese, la total extinción y liberación del deseo ocurre cuando lo abandonamos y renunciamos a él de manera total (Dhammacakkappavattana Sutta). El camino hacia la liberación del sufrimiento empieza como un estado mental, capaz de percibir claramente la relación causal existente entre el apego a los deseos, por un lado y el sufrimiento, por otro lado. En ningún caso se debe tratar esta verdad –tampoco ninguna otra, claro está- como si la misma fuera un dogma que debe ser aceptado a través de la fe ciega. Antes bien, la misma debe convertirse en una experiencia personal basada en una perspicaz observación del mundo y de uno mismo. Las técnicas de meditación que el budismo desarrolló como su principal actividad espiritual, podrían ayudar a cumplir con este objetivo, pero de igual manera, cada uno de nosotros debería aprender a observar de qué manera el apego a las cosas materiales, a las ideas que defendemos muchas veces con excesiva vehemencia, las actitudes o las costumbres ocasionan el sufrimiento. Cuando descubrimos que todos los objetos de nuestro aprecio terrenal conllevan consigo el inconfundible sello de la insatisfacción e impermanencia, nuestro apego puede verse disminuido y con ello, también el sufrimiento.
Todos nuestros placeres tienen carácter finito: todo lo que vemos, escuchamos, tocamos, probamos, pensamos o sentimos es finito, pasajero y perecedero; en otras palabras, está destinado a desaparecer, a morir. En este sentido, podría decirse que cuando abrazamos dichos placeres abrazamos la muerte y si no lo contemplamos con suficiente perspicacia o no lo entendemos, entonces llegamos a una situación absurda, en la cual pretendemos ser verdaderamente felices mediante cosas que sólo pueden ofrecernos desilusión, desesperación y decepción. Una de la principales metas de la meditación es permitir que aquellos sentimientos que anteriormente tratábamos de ocultar o esconder en lo más recóndito de nuestra mente, ahora afloren con toda la claridad: si estamos desesperados o angustiados por las cosas materiales, si sentimos el temor del fracaso profesional, el odio o el rencor hacia personas más exitosas, etc., pues no huyamos más de semejantes sentimientos, sino más bien, estemos clara y perfectamente conscientes de ellos. Este camino, a primera vista, no parece muy atractivo debido a que, generalmente, estamos acostumbrados a estándares espirituales muy elevados: el hecho de sentir envidia, irritación u odio, desearle a alguien mal, simplemente no debería ocurrir a una persona “buena”, la cual nos consideramos. Pero el hecho de estar conscientes de lo que nos pasa, es sólo la mitad del camino: la segunda mitad consiste en no permitir que todo lo anterior nos envuelva en un sentimiento de culpa, sino más bien en observar cómo dichos sentimientos se originan, se desarrollan y finalmente, cesan sin que haya algo que nos permita identificarlos como nuestra propia esencia.
Es como convertirse en un testigo imparcial de todo lo que pasa en nuestro alrededor y dentro nuestro. Ser un testigo imparcial que todo lo observa, sin juzgar ni alabar nada. Finalmente, esta actitud nos permitirá apegarse cada vez menos a nuestros deseos, verlos cada vez más como algo extraño y distante; a la larga, va a disminuir nuestro sufrimiento o, quizá por qué no, va a cesar por completo. Por último, debemos hacer en este momento una clara advertencia, que consiste en lo siguiente: es mucho más fácil comprender intelectualmente lo expresado anteriormente que descubrirlo y experimentarlo en la práctica. Es precisamente por eso, que hay que avistar el camino de meditación budista no como una solución instantánea y milagrosa, realizada mediante alguna poderosa fuerza externa, sino como un lento y paciente aprendizaje, capaz de desarrollar el potencial escondido en cada uno de nosotros para auto-ayudarnos y liberarnos de culpa y pena..
capac marzo 2018