¿Qué caso tiene la meditación?

La meditación no es fácil, toma tiempo y esfuerzo. También requiere decisión, valor y disciplina. Requiere de muchas cualidádes personales que normalmente se consideran no placenteras y que en lo posible se tratan de evitar. Además, la meditación exige una dosis de sentido común. Es más sencillo entonces dejar el asunto por la paz y dedicarse a ver televisión. Siendo así, ¿qué caso tiene meditar?, ¿para qué gastar tanto tiempo y energía que se podrían emplear en hacer algo más divertido? La respuesta es simple: debemos meditar porque el hecho de ser humanos nos hace ser herederos de una insatisfacción inherente a la vida que nunca desaparece.

Esa insatisfacción se puede suprimir o ignorar por un tiempo, nos podemos distraer de ella durante horas, pero siempre regresa y a menudo cuando menos la esperamos. De pronto nos hacemos conscientes de que no hay posibilidad de evitarla y así nos damos cuenta de nuestra situación real en la vida, donde simplemente la vamos pasando. Mantenemos un aspecto externo aceptable, atamos cabos de algún modo y aparentemente estamos bien. Sin embargo, ocultamos los momentos de desesperación, aquellos momentos donde nada nos satisface. A veces somos un desastre y lo sabemos, pero lo escondemos de manera magistral ante los ojos de los demás. Pero a pesar de ello, muy adentro de nosotros mismos intuimos que debe haber una mejor manera de vivir, un modo más adecuado para ver el mundo, alguna forma para integrarse mas plenamente a la vida.

"Lo intuimos sólo de vez en cuando, nunca Cuando'‘ tenemos un trabajo, cuando nos enamoramos o cuando , triunfamos en un juego. En esas ocasiones las cosas son diferentes un momento, la vida alcanza un cierto cariz de riqueza y claridad de que hace desaparecer los tiempos malos y la desesperanza. Toda la textura de la experiencia cambia y nos decidimos a nosotros mismos que entonces sí somos felices. Después esa , certeza súbitamente se esfuma como el humo en el aire y deja sólo con un recuerdo y la punzante sensación de que algo no anda bien. Empero, hay toda una esfera de profundidad y sensibilidad asequible en esta vida que simplemente no vemos. Estamos desconectados de ella, aislados de la dulzura de la apariencia cotidiana. En realidad no estamos en contacto con la vida, nos topamos una y otra vez con nuestra misma, opaca y vieja realidad.

El mundo se ve igual que de costumbre un lugar asqueante o, en el mejor de los casos, aburrido, cornos fuera una montaña rusa emocional en la que muy frecuentemente nos encontramos en sus partes bajas suspirando por volver a las alturas. ¿Qué es, entonces, lo que nos pasa? ¿Acaso son una especie de fenómeno anormal? No, simplemente somos humanos a los que nos aqueja un mismo mal.

Un monstruo que habita en el interior de todos y posee varios tentáculos, tensión crónica, falta de compasión por los demás incluidos nuestros seres más cercanos-, sentimientos reprimidos y muerte emocional entre otros muchos. Nadie está libre de este monstruo, levantar toda una cultura al rededor para evadirlo pretender que no existe elaborando proyectos y aferrándonos a objetivos y tratando de alcanzarlos. Sin embargo, nunca desaparece. De hecho, es una corriente subterránea constante que acompaña cada pensamiento y cada percepción, una discreta pero persistente voz interna que no deja de decirnos. “Esto no es lo suficientemente bueno, debo tener más, debo hacerlo mejor, debo ser mejor." Es de verdad un monstruo que se manifiesta en todas partes en las formas más sutiles. Vamos a una fiesta, escuchamos la risa de una voz alegre en la superficie pero llena de miedo en su interior. Sentimos la tensión que flota en el ambiente, nadie está relajado y quienes parecen estarlo fingen.

Acudimos a un juego de fútbol y observamos la ira y la euforia irracional de los aficionados, la frustración sin control que surge en ellos aparentando ser entusiasmo, espíritu de equipo. Las pullas, los silbidos, las manifestaciones incontroladas del ego en nombre del amor a la camiseta, las borracheras posteriores y las peleas en las gradas. Este es uno de los muchos tipos de personas que tratan desesperadamente de liberar la tensión interna porque no están en paz con ellas mismas. Ven televisión, escuchan canciones de moda, se enamoran, se obsesionan, sienten celos, no están contentas, viven agitadas y sufren. La vida les parece una batalla constante, un enorme esfuerzo cuya recompensa es nula. ¿Cuál es el remedio a toda esta insatisfacción?

Muy a menudo nos quedamos detenidos en el síndrome del si yo pudiera... Si yo pudiera tener dinero sería feliz, si yo pudiera tener alguien que me quisiera, si yo pudiera perder diez kilos de peso, si yo pudiera comprar una televisión a color, o un jacuzzi, o tener pelo quebrado, o un rostro bello, y así infinitum. ¿De dónde viene tal miseria? Y más importante todavía, ¿qué podemos hacer al respecto? Todo esto proviene de la condición de nuestra mente. No es más que la consciencia . de una serie de profundos, sutiles y muy arraigados hábito, mentales. Es un nudo gordiano que se ha formado poco a 'poco y que poco a poco se puede deshacer. Podemos afinar nuestra conciencia, deshacer cada hilo de sus nudos por separado y verlos bajo una nueva luz. Podemos hacer consciente lo inconsciente, lentamente, paso a paso. La esencia de nuestra experiencia es el cambio, que es incesante, fluye momento a momento y nunca es el mismo. la alteración perpetua es la esencencia del universo perceptual. un pensamiento aparece en nuestra mente y medio segundo después desaparece, el sonido llega a nuestros oídos y luego sigue el silencio, abrimos los ojos y el mundo surge, los cerramos y se esfuma. Los amigos se alejan, los seres queridos mueren, nuestra fortuna sube y baja. Algunas veces ganamos y otras perdemos. La operación es ininterrumpida: cambio, cambio, cambio. No hay dos momentos que sean iguales.

No hay nada malo en ello, simplemente es la naturaleza del universo. Sin embargo, la cultura nos ha enseñado a responder peculiarmente ante este flujo permanente. Nos hemos acostumbrado a categorizar la experiencia. Siempre intentamos fijar cada percepcion y cada cambio mental dentro de un esquema lo que es bueno lo ques malo y lo que es neutro. Yasi según la forma en que hemos efectuado la clasificación, percibimos la experiencia a partir de un conjunto de respuestas mentales crónicas y estataticas. Si una percepción particular es calificada como buena tratamos entonces de detener el tiempo en ese moment. Nos aferramos a ese pensamiento particular, lo acariciamos, lo asimos e intentamos retenerlo para que no escape. Cuando esto no funciona nos empeñamos en repetir la experiencia que provocó el pensamiento. Llamemos a este hábito mental aferramiento o apego. En otro extremo de la mente tenemos el compartimiento de lo que hemos calificado como “malo". Cuando percibimos algo así lo negamos y lo rechazamos, intentamos hacerlo desaparecer, deshacernos de ello en cualquier forma. Luchamos en contra de nuestra propia experiencia, pretendemos huir de una parte de nosotros mismos. Llamemos a este hábito mental rechazo. En medio de estas dos reacciones se encuentra el compartimiento de lo neutro. En él ponemos las experiencias que no son ni buenas ni malas, insípidas, sin interés, aburridas. Guardamos la experiencia particular que clasificamos como neutra para ignorarla y regresar nuestra atención hacia el interminable círculo vicioso del deseo y la aversión. La última categoría de la experiencia se ve entonces desposeída de su justa dosis de atención. Llamemos a este hábito mental ignorar.

El resultado de esta locura es una desaforada carrera hacia ninguna parte, buscando sin cesar el placer, huyendo sin cesar del dolor e ignorando sin cesar el noventa por ciento de nuestra experiencia. Y después nos extraña que la vida nos resulte tan vacía. En un análisis final debemos concluir que este sistema no sirve. A pesar de que buscamos tan ávidamente el placer y el éxito, hay ocasiones en las que fracasamos: aun cuando huimos rápidamente, hay momentos donde el dolor nos alcanza; y entre esos extremos la vida es tan aburrida que podríamos aullar. Nuestras mentes están llenas de opiniones y críticas. Hemos construido barreras artificiales alrededor de nosotros mismos y nos encontramos prisioneros de nuestros deseos y aversiones. En conclusión, sufrimos. El sufrimiento es un término clave en el pensamiento budista que debe ser plenamente entendido. La palabra para denominarlo es dukkha, y su significado no es solamente el dolor del cuerpo sino también el de ese profundo y sutil sentido de insatisfacción que es parte de cada momento perceptivo y que proviene directamente de las maquinaciones de núes tra mente. El Buda decía que la esencia de la vida es dukkha A primera vista, esta definición parece ser excesivamente morbosa y pesimista, incluso falsa. Después de todo, ¿acaso no hay muchas ocasiones en las que estamos contentos? Pero no es así, solamente aparenta ser así.

Observe un momento en que se encuentre complacido y examínelo de cerca. Por debajo del regocijo encontrará esa sutil y permeante corriente de tensión que anuncia que ese momento desaparecerá, no impona que tan grandioso sea. Da lo mismo qué tanto haya ganado usted, siempre perderá algo o invertirá el resto de sus días salvaguardando lo obtenido e intentando obtener más. A final de cuentas usted morirá y al final perderá lo que tenga. Todo es transitorio. Esto es bastante desalentador no es así? Afortunadamente no lo es en absoluto. Solo suena desalentador cuando se ve desde una perspectiva mental ordinaria. El mismo nivel en que regularmente operan sus mecanismos mentales. Por encima de ese nivel se encuentra toda una nueva perspectiva, un modo completamente diferente de ver el universo. Es un nivel de funcionamiento donde la mente no trata de congelar el tiempo, donde no nos aferramos a nuestra experiencia mientras transcurre, donde no intentamos bloquear e ignorar las cosas. Es un nivel de experiencia mas alla del bien y del mal, mas alla del dolor y el placer. Es una manera adorable de percibir el mundo y es una habilidad susceptible de ser aprendida. No es fácil, pero puede ser aprendida. Felicidad y paz. Esos son los asuntos principales en la existencia humana. Es lo que todos realmente estamos buscando, pero a menudo es difícil saberlo porque cubrimos esos asuntos con capas de objetivos superficiales. Queremos comida, dinero, sexo, posesiones y respeto. Llegamos a decirnos a nosotros mismos que la idea de felicidad es demasiado abstracta: “soy práctico, con suficiente dinero podré comprar toda la felicidad que necesito”. Por desgracia, esta actitud es inútil. Examine cada uno de esos objetivos y encontrará que son superficiales. Lo que realmente buscamos no son los objetivos superficiales en sí, los cuales no son otra cosa que un medio para un fin.

Lo que realmente buscamos es el sentimiento de descanso que surge cuando nuestro impulso queda satisfecho. Satisfacción, relajamiento, fin de la tensión. Paz, felicidad, no más anhelos. ¿Pero qué es esa felicidad? Para la mayoría de la gente la felicidad perfecta quiere decir obtener todo lo que se desea, controlarlo todo, hacer que el mundo se mueva según su capricho. De nuevo, las cosas no funcionan así. Simplemente piense en quienes han gozado de gran poder a lo largo de la historia: nunca fueron felices. Seguramente no fueron personas en paz consigo mismas, porque tuvieron el impulso de controlar total y absolutamente su mundo. Quisieron controlar a los hombres y sin embargo hubo hombres que rehusaron ser controlados. No pudieron controlar las estrellas. De todos modos enfermaron, de todos modos tuvieron que morir.

Uno no puede obtener siempre lo que quiere, es imposible. Por fortuna existe otra alternativa: usted puede aprender a controlar su mente y salirse del ciclo interminable del deseo y la aversión. Se puede aprender a “no querer lo que se quiere", a reconocer los deseos sin dejar dominarse por ellos. Esto quiere decir que uno debe acostarse a mitad de la calle y que todo mundo le pase por encima. Quiere decir que puede continuar viviendo una vida enteramente normal desde un punto de vista completamente diferente, en la que siguen haciendo todas las cosas acostumbradas pero sin deseos obsesivo-compulsivos. Deseamos cosas, pero no necesitamos perseguirlas para obtenerlas. Sufrimos temores, pero no es necesario tambalearse sobre piernas vacilantes. Alcanzar este tipo de cultura mental es muy difícil, toma años desarrollarla, pero dado que tratar de controlarlo todo es imposible, lo difícil resulta preferible a lo imposible. Aunque, espere un momento... ¿no es paz y felicidad lo que trata de brindar la civilización contemporánea? Construimos edificios y supercarreteras, tenemos vacaciones pagadas y televisores a color, hospitalización, seguro social e indemnizaciones. Estos logros de la civilización están dirigidos a brindar cierta medida de paz y felicidad, sin embargo, la tasa de criminalidad aumenta aceleradamente, las calles están llenas de delincuentes e individuos desequilibrados. Saque su brazo fuera de la seguridad de su casa y seguramente alguien le robará el reloj. Algo no está funcionando: un hombre feliz no roba, un hombre en paz consigo mismo no asesina. A pesar de que nos guste creer que la sociedad desarrolla todas las áreas de conocimiento humano para lograr la paz y la felicidad. Asi empezamos a darnos cuenta de que hemos superdesarollado el aspecto material de la existencia a costa de los aspectos emocionales y espiruituales mas profundos, y estamos pagando el precio de este error. Una cosa es hablar de la degeneracion y el deterioro moral de nuestros tiempos y otra es hacer algo al respecto. el sitio donde debemos empezar a hacer algo es en nostros mismos.

Si miramos cuidadosamente en nuestro interior, de manera veraz y objetiva, veremos que por momentos nosotros somos los delincuentes, los criminales o los locos. Si aprendemos a ver claramente esos momentos de manera nitida y sin condena, estaremos en vias de dejar de ser así. Usted no puede hacer cambios radicales en el patrón de su vida hasta que empiece a verse exactamente como es. En el momento en que lo haga los cambios fluirán de manera natural. No es necesario forzarse, emprender arduas batallas u obedecer reglas dictadas por alguna autoridad: simplemente cambiamos, es automático. Pero al llegar a esa introspección inicial es toda una tarea.

Es necesario ver quiénes y cómo somos, sin ilusión, prejuicio o resistencia de ningún tipo. Debemos ver nuestro lugar en la sociedad y nuestra función como seres sociales. Debemos atender las obligaciones hacia nuestros semejantes, y sobre todo, tomar en cuneta nuestra responsabilidad hacia nosotros mismos como individuos que viven con otros individuos. Es necesario ver todo esto claramente y como una unidad, como una interrelación estática unitaria. Suena complicado, pero a menudo ocurre en un solo instante. La cultura mental que desarrolla la meditación no tiene rival para ayudarnos a lograr este grado de comprensión y serena felicidad. El Dhammapada es un antiguo texto budista que se anticipó a Freud por más de mil años. En él puede leerse que ulo que somos es el resultado de lo que fuimos, lo que seremos mañana será el resultado de lo que somos ahora. “Las consecuencias de una mente maligna nos seguirán como la carreta sigue al buey que la jala. Las consecuencias de una mente pura nos seguirán como una sombra. Nadie puede hacer más por nosotros que nuestra mente pura, ni nuestros padres, ni algún pariente o amigo, nadie Una mente disciplinada da lugar a la felicidad. HENEPOLA GUNARATANA NAYAKA THERA.